CIUDAD DEL VATICANO — Stefania Falasca tiene grabado en la memoria el momento en que sonó el teléfono negro en una pared de su casa en la mañana del 29 de septiembre de 1978.
Falasca, quien por entonces tenía 15 años, recuerda que su padre contestó y escuchó la voz de su tío, un cura que trabajaba en el Vaticano, quien le dijo: “¡Murió el papa!”.
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“¡Pero si ya estaba muerto!”, respondió exaltado su padre.
FUE HALLADO SIN VIDA EN SU CUARTO A POCO DE HABER SIDO NOMBRADO PAPA
Igual que tantos otros alrededor del mundo, a su padre le costaba comprender cómo podía ser que Juan Pablo I, elevado al papado un mes antes --el 26 de agosto del 78--, pudiera haber muerto e inicialmente pensó que le hablaban de Pablo VI, quien había fallecido a principios de agosto a los 80 años.
Albino Luciani (Juan Pablo I) es recordado por su misteriosa muerte a poco de ser nombrado papa.
Falasca, una periodista italiana de una publicación católica, trata desde hace una década de convencer al Vaticano de que merece ser santificado por la forma en que vivió su fe, como cura, obispo, cardenal y, por muy poco tiempo, como papa.
El domingo, el papa Francisco beatificará a Juan Pablo I, la última formalidad antes de una posible santidad.
El proceso de beatificación puede comenzar cinco años después de la muerte de un pontífice. En el caso de Juan Pablo I, pasaron 25 años.
Juan Pablo I “fue una figura opacada por dos pontificados”, dijo Falasca. Se refería a los pontificados de su sucesor, Juan Pablo II, uno de los papas que más tiempo ejerció el papado, y su predecesor Pablo VI, que en sus 15 años como papa presidió el Segundo Concilio Vaticano, que modernizó la iglesia con sus reformas. Los dos fueron santificados.
“Ningún historiador estaba interesado” en Juan Pablo I, dijo Falasca, por la brevedad de su pontificado.
Escritores en busca de una trama apasionante, sin embargo, sí se interesaron.
La repentina muerte de Luciani, cuyo cadáver fue encontrado en su habitación del Palacio Apostólico y quien era conocido como “el papa sonriente” por su expresión optimista, generó de inmediato suspicacias.
En las primeras horas, después de su deceso, el Vaticano ofreció distintas versiones. Primero dijo que lo había encontrado un secretario, luego que lo halló una monja que le llevaba el desayuno.
“Pudieron haber dicho de entrada que fue una monja y no hubieran surgido dudas. Por el contrario, hubieran dado más garantías”, sostuvo Falasca.
Una monja, la hermana Vincenza, era amiga de la familia de Luciani.
Las monjas contaron que el Vaticano les había dicho que no revelasen que ellas lo encontraron por temor a que se pudiese pensar que no correspondía que una mujer entrase a la habitación del papa.
Al mismo tiempo se estaba gestando un enorme escándalo financiero que involucraba a un banco italiano que tenía lazos con el banco del Vaticano.
Había vínculos sospechosos entre un prelado estadounidense, ya fallecido, que presidía el banco del Vaticano, y un financista italiano conocido como “el banquero de Dios”, cuyo cadáver fue hallado colgado debajo de un puente de Londres en 1982, en lo que fue catalogado como un homicidio.
¿Estaba Luciani a punto de poner fin a las actividades de funcionarios vinculados con las finanzas secretas de la Santa Sede? ¿Libraba una batalla contra la corrupción en la burocracia del Vaticano?
“En nombre de Dios: Una investigación del Asesinato de Juan Pablo I”, un libro de David A. Yallop publicado en 1984, vendió millones de ejemplares.
El Vaticano dijo que Luciani falleció de un ataque al corazón, luego de sufrir dolores en el pecho antes de acostarse la noche previa, a los que no le prestó atención.
Pero Yallop, quien destacó que no se había hecho una autopsia, llegó a la conclusión de que había sido envenenado por individuos relacionados con una logia secreta masónica vinculada con el Vaticano y con su banco.
En 1987, otro periodista británico, John Cornwell, vino al Vaticano a investigar versiones de que había habido una aparición de la Virgen María en Yugoslavia. Pero se encontró con que un obispo del Vaticano le pidió que escribiese “la verdad” acerca de la muerte de Juan Pablo I y le prometió darle acceso al médico del pontífice, a sus embalsamadores y a otras personas de interés.
Cornwell escribió un best-seller, ”Un ladrón en la noche”, en el que dijo que Luciani había “muerto por negligencia”.
“En el seno del Vaticano hubo una negligencia psicológica”, dijo Cornwell en una entrevista telefónica. “Le dieron mucho trabajo sin la debida asistencia. No cuidaron bien de su salud”.
“En otras palabras, no lo respetaban, pensaron que era un papa irrisorio, lo comparaban con Peter Sellers”, dijo Cornwell, aludiendo al actor británico que a menudo hacía papeles de personajes torpes.
Cornwell afirmó que algunas personas se sintieron decepcionadas de que no se hubiesen encontrado indicios de un asesinato, incluido un obispo.
“En el Vaticano me topé con gente que estaba convencida” de que hubo una conspiración para eliminar a Luciani.
Falasca cree que Juan Pablo I “no está siendo beatificado porque fue un papa”.
“Hizo una vida con un método ejemplar, fe, esperanza, caridad”, expresó. “Es un modelo para todo el mundo, precisamente porque fue testigo de las virtudes esenciales”.
Juan Pablo I hizo a un lado algunos moldes y decía “yo” en los discursos papales, en lugar del tradicional “nosotros”.
“Fue como una suave brisa que acabó con siglos” de formalidades, manifestó Falasca. “Su decisión de ser coloquial fue una opción teológica”.
La periodista se maravilla de que sus libros preferidos eran de una literatura secular, de Mark Twain, Willa Cather y G.K. Chesterton, un autor británico famoso por haber creado un personaje que era un sacerdote con aires de detective.
Para que un católico sea beatificado, el papa debe aprobar un milagro atribuido a una oración de intercesión. En el caso de Luciani, el milagro fue una recuperación médicamente inexplicable de una niña de 11 años internada en un hospital de Buenos Aires con una inflamación en el cerebro y un shock séptico en el 2011.
Sus padres fueron a buscar un sacerdote a una parroquia vecina. Cuando se dirigía al hospital, el reverendo Juan José Dabusti se preguntó a quién le debía pedir por la vida de la niña. Decidió pedírselo a Juan Pablo I.
¿Por qué invocar el nombre de un pontífice mayormente olvidado? Falasca dijo que Dabusti le había dicho que cuando tenía 15 años, oyó hablar a Juan Pablo I a poco de ser elegido papa y eso fue lo que lo empujó al sacerdocio. Luciani, afirmó, era una persona “muy sencilla y muy feliz”.